Taivaanranta /Firmamento /Arno Rafael Minkkinen

Manejando su Mini Cooper despiadamente, con un semblante que es mejor descrito con la expresión americana “happy as a clam (at high water)”,  Arno estaba disfrutando plenamente de uno de sus muchos intentos de llegar a un destino antes de lo esperado. Volvíamos de una reunión importante en el Museo de Bellas Artes de Boston, donde nos habíamos quedado atrapados en una conversación placentera con las curadoras principales Anne Havinga and Karen Haas del departamento de fotografía. En la radio una voz hablaba insolentemente al unísono conmigo, interrumpiendo cada una de mis palabras, hasta que de repente anunció que había muerto Peter Sallis, el actor que prestó su voz al protagonista de barro de mi película de animación británica favorita, Wallace and Gromit. Di un suspiro, cayéndome en la cuenta de que el gracioso inventor que amaba el queso ya no era. Pero también capté que la noticia tenía un vínculo importante con ese momento.

El primer largometraje de Sallis después de toda una serie de cortos Wallace y Gromit se llamó The Curse of the Were-Rabbit. El título humoroso oculta una conexión a un tema serio, importante y significativo para Arno, que tocamos en unas cuantas de nuestras conversaciones. Es un tema que la gente suele evitar discutir por sensibilidades personales, pero un documental biográfico finlandés sobre el trabajo de Arno de hace unas décadas definitivamente lo incluyó.

Minkkinen nació con una anomalía congénita: una fisura labial, también conocido como “labio leporino”, labio de liebre. Aparte de la liebre in fabula, muchos otros idiomas mientan el lobo, y dan la fisura el nombre de “boca de lobo”. Cuando nace un niño con esta condición, ocurre que, como lo puso Arno muy poéticamente, no es el niño quien se rompe a llorar primero, sino la madre. Él vino a este mundo “marcado” y predestinado a dificultades.

“Mi mamá siempre había querido tener una princecita, y yo era la antítesis total de ella”, ha dicho. “Siempre me sentí como una ofensa a su belleza.”

En aquel documental ­—Still Not There, producido y dirigido por Kimmo Koskela en 1995— Minkkinen habla no sólo del aspecto físico de una herencia insolicitada, sino ante todo de las consecuencias de ésta que se manifiestan en la relación que tuvo con su madre. Aun desconociendo los clásicos del psicoanálisis, parece claro que la falta de amor y protección es la causa de otras heridas suyas más profundas todavía.

Los médicos arreglaron el error de la naturaleza lo mejor que pudieron, pero, en esa época, el resultado quedó corto de que la “desviación del estándar” se hiciera invisible. “Seguramente alguien a quien le falte un miembro o que esté deformado de una manera horrible lo tiene mucho peor que yo con mi boca. Pero una boca es con lo que se besa, con lo que se come y se habla. Es donde la gente mira cuando te está observando.”

Minkkinen está sumamente consciente de esto; hasta construyó su identidad, tanto la personal como la de artista, precisamente sobre el hecho de que tiene un “defecto” y de que la única manera de trascenderlo es sacarle ventaja.

Su estilo de hacer fotografía requiere gran coraje y determinación; en ocasiones hasta pone en riesgo su misma vida—todo para convertir en juego y magia la timidez causado por una apariencia diferente—. Para él, el labio leporino fue algo así como un catalizador de inhibiciones, un reto para escapar de la mediocridad.

Al igual que en una antigua narración totémica sobre una liebre y un lobo, Arno Rafael Minkkinen forjó del material de las inseguridades y la timidez un juego valiente y mágico, su lema siendo: El arte es riesgo hecho visible.

Minkkinen nació en Helsinki en 1945. Su padre, temiendo una invasión rusa a Finlandia, decidió emigrar con la familia a Estados Unidos cuando Minkkinen tenía tan sólo seis años. Él piensa que son sus raices finlandesas que le hacen amar la naturaleza y, lo que es más significativo todavía, el agua. El agua como un espejo primordial es a menudo un ingrediente clave de las fotografías e ilusiones de Minkkinen.

Todas sus fotografías consignadas como “autorretratos”, por lo cual esperamos ver un rostro —esa parte más impresionante y más expresiva de nuestra manifestación física—. Contrariamente a las expectativas, Minkkinen ha mostrado su cara sólo esporádicamente en sus fotos. Habiendo elegido su cuerpo entero libre de ropa como el vehículo de la identidad, describe sus autorretratos y desnudos simultáneamente como “autorretratos desnudos”. Considerando la historia de la fotografía, su obra se asemeja al “retrato” que Alfred Stieglitz creó de Georgia O’Keeffe (en cientos de fotos a lo largo de unos veinte años). O’Keeffe escribió más tarde que “la idea del retrato era que no fuera tan sólo una imagen”, sino un rompecabezas sobre una idea o una personalidad demasiado grande para caber en una sóla fotografía. De ahí que observar una pieza del rompecabezas de Minkkinen puede impresionar y encantar, pero nunca dar una experiencia de completitud.

El destacado curador y crítico de la fotografía y de los nuevos medios estadounidense A.D. Coleman escribió en Saga (Chronicle Books, 2005): “Minkkinen describe a sí mismo como fotógrafo —no como performancero, conceptualista, hacedor de “body art”, “arte basado en foto” o “artista que usa la fotografía”, etc.— Elegantes, ingeniosas, inventivas y a menudo de una belleza imponente, las imágenes que crea en estas circunstancias destacan antes que nada como actos de creatividad visual”.

Rompiendo las reglas del oficio del fotógrafo (que Minkkinen, naturalmente, primera vez llegó a dominar por vía de una educación formal), y también, como descubrió el novelista y professor del MIT Alan Lightman, las leyes de la física, Minkkinen elaboró sus propios métodos para aprovechar las ventajas y las limitaciones del medio fotográfico. Engaña la perspectiva, entra en el marco en lugares que creeríamos imposibles, cede y se adapta a las fuerzas ágiles de la naturaleza de una manera visionaria. Minkkinen inventa trucos que le permiten ajustar el mundo a su visión personal, lo cual es algo que va más allá de lo obvio. Ya que el cambio más mínimo en el punto de vista puede literalmente destrozar el equilibrio y la perfección, el trabajo de este tipo exige gran disciplina y paciencia.

El hechicero ágil —capaz de crear solo su propia realidad torcida cambiando los tamaños y las formas, capaz de existir sin cabeza o dejar uno de sus miembros a yacer siniestramente en el paisaje, capaz de mover el mar y las montañas, hacerse transparente, caminar sobre el agua o volar, morir y nacer de nuevo— sigue regocijándose en cada uno de sus hechizos como si fuera el primero, el de hace casi medio siglo.

La pereza del obturador, la larga exposición, el solapamiento de la perspectiva, la proyección paralela, el contraluz y la sombra —todas estas no son más que partes de su sombrero de mago de falso fondo—. La herramienta principal de su oficio es un objeto extraordinario, una suerte de varita mágica que él usa con el saber del gran mago para parar y robar el tiempo necesario para entrar sin ser notado por un portal de una realidad a otra a ejercer su magia. Este pequeño aparato se llama disparador remoto del obturador, y él posee unos cuantos de ellos, cada uno para un uso específico. Pero no ha de estar a la vista o pondrá fin a la magia. Sin revelar su secreto, las fotografías de la forma humana nunca manipuladas de Minkkinen, hechas por el protagonista mismo en entornos naturales y urbanas, se han convertido en su insignia y a la vez en el lenguaje que aplica para comunicar canónica y consistentemente una visión poéticamente surrealista del mundo, reinterpretado de una manera particular. El hombre es un espejo de sí mismo, de la naturaleza, un espejo de su propia naturaleza y un mero constituente de la Naturaleza.

Y así es como Minkkinen realmente vive su vida; las fotografías no son mera ilusión. Hay una casa recogida en los bosques de Fosters Pond, no lejos de la villa de Andover en Essex County, Massachusetts, en una región pintoresca de Nueva Inglaterra, donde viven él, su mujer Sandra y su braco alemán de pelo corto, Bravo. El perro tiene ese nombre en honor al famoso fotográfo méxicano Manuel Álvarez Bravo.

No tomó mucho tiempo para que yo notara que la casa que la pareja habita desde 1988 tenía una cantidad curiosamente numerosa de ventanas. Pregunté a Sandra y a Arno si sabían el número exacto. Los Minkkinen sonrieron y dijeron que no, pero contaron que la compañía que venía a limpiar las ventanas siempre acompañaba su factura con una nota detallando los costos de limpiar una cantidad tan sorprendente de superficies de vidrio. Yo seguí urgiendo a los Minkkinen a contarlas. Mi intuición se probó correcta —127 fotografías en las paredes—. La casa es, en realidad, una cámara. Y en casi todas de ellas está Bravo, correteando de un lado a otro.

Filip Beusan, Curador

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