PUEBLO JOVEN

La pobreza aparece en esta muestra en dos contextos muy diferentes. El primero es andino de arriba y de abajo: están allí el sol y la luna en todo su esplendor, los padres nevados (apus, wamanis); cerros, manantiales, lagunas, ríos, árboles; cóndores, pumas, zorros, vicuñas, llamas, alpacas, aves y pájaros de mil colores. Con esos seres vivientes el diálogo es cotidiano y la pobreza es resistida con más consuelo. La música, el canto y la danza que acompañan los rituales de los calendarios indígenas y las fiestas tradicionales de los pueblos ayudan a soportar los golpes diarios de la pobreza. El segundo, es el arenal en los extremos o bordes de Lima metropolitana que con sus diez millones de habitantes sigue creciendo horizontal y verticalmente, sin medida ni clemencia.

En los años 1974-75 cuando fueron tomadas estas fotos los barrios marginalizados de Lima se llamaban todavía pueblos jóvenes así nombrados por el gobierno militar. La realidad no obstante seguía siendo tan cruel y dura que nada tiene que ver con la suavidad que la juventud de ese nombre supone. Se levanta un pueblo en medio de un arenal con unas esteras de paredes, un techo de plástico, un pequeño reservorio para almacenar el agua que se compra de los comerciantes y sus cisternas, que son los primeros en acudir para vender el agua que arriba en los ayllus es de todos y, por eso, gratuita.

Así comienza un proceso extraordinario y rápido de conversión de hombres y mujeres del campo en habitantes de una ciudad que no significa que se vuelvan ciudadanos en el sentido político del concepto; es decir, personas con respetados derechos y deberes. Paralelamente, se inicia un proceso de desindigenización porque gran parte del bagaje cultural de los migrantes andinos sirve muy poco para vivir en arenales y en los bordes de una metrópoli; salvo los principios andinos de reciprocidad-solidaridad, complementariedad, competitividad y trabajo-fiesta sin los cuales sería imposible edificar una casa y vivir en algo parecido a una comunidad, que es la matriz andina de existencia.

En pocos años son visibles las dos generaciones que coexisten: los padres que vienen de los Andes y los hijos que crecen o nacen en los llamados pueblos jóvenes.

En estas fotos de Mikael Wiström estan frente al mundo más que nada un hombre, una mujer y una hija bebé en brazos – son Daniel, Natividad y su hijita Sandra – con sus manos en el rincón más extremo, insalubre y distante. El relato de su vida familiar empieza aquí, en el arenal de Mateo Pumacahoa en Lima y sigue documentada por muchos años en las tres películas La Otra Orilla, Compadre y Familia.

                                                                                                                                                                                                                                                                   Rodrigo Montoya Rojas

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