Las fotografías de Mikael Wiström, fotógrafo y cineasta sueco sobre el Perú de los Andes y la Costa en los años 1974-75 son el fruto de una mirada distinta de la realidad tanto por su condición de extranjero como por su modo de abordar las relaciones sociales y su acercamiento a las personas.
El joven fotógrafo no solamente acompañó la toma de tierras de los campesinos en Andahuaylas si no también los mineros que marchaban a Lima tratando de defender sus elementales derechos y las luchas de los pobladores en barrios marginales de Lima. En un basural en las afueras del capital encontró Daniel Barrientos y su esposa Natividad, nacidos en Tintay y Sañayca pueblos de la provincia de Aymaraes con los cuales Mikael estableció profundos lazos de amistad. Todo documentaba con su cámara.
Ha sido muy rica la historia posterior de estas fotos. Luego de 16 años, Mikael Wiström, volvió a Lima en 1991 y su reencuentro filmado con Daniel Barrientos, Nati (Natividad) y Sandra, la hijita de aquella pareja con una impresionante y dolorosa historia de amor en el arenal de un nuevo pueblo joven en las afueras de Lima. El reencuentro fue decisivo para la realización de su “trilogía peruana” de películas sobre la familia Barrientos (La Otra Orilla – 1992, Compadre – 2004, y Familia – 2010).
En su cuarta película peruana Tempestad en los Andes (2014) Mikael Wiström vuelve sobre Andahuaylas con el apasionante encuentro real de Josefin Ekermann La Torre – una joven Sueca de 23 años, hija de un hermano de Augusta La Torre, esposa de Abimael Guzmán, el dirigente “dios” de Sendero Luminoso – y Flor González Barbarán, hija de Samuel González Osis, uno de los dirigentes de las tomas de tierras de Andahuaylas que Mikael conoció en 1974.
La trilogía peruana y Tempestad en los Andes tienen una originalidad extraordinaria: en las historias contadas los actores son los personajes que hablan de sus propias vidas de modo espontáneo. Su fuerza y expresión dramática no deriva de su preparación como actores ni de los textos bien aprendidos del guion, sino del hecho de mostrar sus propias vidas y de hablar de sus problemas con su lenguaje de todos los días y con la expresión de sus sentimientos más profundos.
Cuarenta y cinco años después, las fotos de Mikael Wiström de 1974 -75 siguen vivas en sus películas y aparecen en esta muestra de fotografías cuyo título Canto para un pueblo tiene el encanto de una bellísima confesión porque para Mikael las fotos tienen música y voz. Los observadores de estas fotos estamos invitados a compartir la melodía que brota de las imágenes, tan fuertes y duras, tan tiernas y dulces.
Rodrigo Montoya Rojas