SOCAVÓN
Las fotos de la vida en los centros mineros perennizan un breve momento de la historia de un país como Perú con grandes recursos mineros desde tiempos pre-incas e incas, tres mil años atrás. País nuestro del oro y de la plata, del “Cerro Rico” en Potosí (ahora en territorio del Estado boliviano) que desde 1540 hasta hoy sigue ofreciendo algunas libras de plata a quienes la buscan reventando un cartucho de dinamita entre las entrañas del cerro en las grietas dejadas por los españoles y sus sucesores. “Vale un Perú” fue la frase europea de admiración por la riqueza minera peruana cuando Potosí fue la ciudad más poblada del continente para acuñar las primeras monedas de plata con las que se formó el primer mercado mundial del planeta.
Únicamente con cascos, sin ninguna otra protección de algo llamable un trabajo decente, cubriéndose la nariz con un simple pañuelo o un trapo cualquiera, allí donde se inhalan todo tipo de gases tóxicos; alumbrados por una pequeñísima lámpara de carburo, y fortalecidos por la coca que se almacena en los carrillos de sus caras, los indígenas y o campesinos se transforman en mineros porque el trabajo agropecuario no es suficiente para sostener a la familia. Con una pequeña perforadora y sus brazos, con combas, picos y palas, rompen los bloques de mineral, sin electricidad y con el apoyo de la fuerza de gravedad y un pequeña riel para un cargador, sacan el mineral de los socavones del fondo de la mina. Afuera continúa la tarea de romper los bloques de mineral y casi molerlo, con el apoyo de las mujeres a quienes se les llaman “palladoras” convirtiendo la raíz del verbo quechua pallay-recoger, y el sufijo castellano dora en el sustantivo palladora-recogedora. Luego, un camión llevará los sacos de mineral menudo a una planta de procesamiento que está lejos de la mina y de las comunidades.
La vida en el Campamento minero es precaria: en cuartos pequeños, de madera ligera (tripley) sin servicios ni confort alguno: solo hay espacio para una o dos camas y una cocinita a kerosene, improvisada y elemental. Luego de largas colas, las madres y sus hijos tiernos recogen en baldes el agua, llevada por cisternas.
Con la tecnología moderna, hoy sabemos que en los grandes cerros, nevados y cabecera de las cuencas de los ríos que bajan al Océano Pacífico y a la Amazonía se encuentran grandes depósitos de minerales ya concedidos por los gobiernos del país a decenas de grandes empresas multinacionales que al explotarlas se llevan lo que se llama “la parte del león” dejando para el Estado “la parte del ratón”. Los mapas de concesiones mineras, petroleras, auríferas, gasíferas y de explotación de bosques se superponen a las tierras y territorios principalmente indígenas tanto en las tierras altas de los Andes como en la Amazonía. El envenenamiento de las cuencas de los ríos como consecuencia directa de la explotación minera en los últimos 116 años, daña a la madre tierra, al planeta, y crea una veta de gravísimos conflictos sociales.
Rodrigo Montoya Rojas